Existe un país en el que la mitad de las familias tienen pistolas y fusiles en casa, en el que los jóvenes aprenden a disparar antes que a beber cerveza y en el que 34 personas mueren cada día por impactos de bala. Es la patria de los fast food, sin embargo, hay tres veces más negocios legales de venta de armas de fuego que franquicias de McDonald’s. Se trata, en efecto, de los Estados Unidos de América.

Fotografía: Lotus Carroll via photopin cc
Fotografía: Lotus Carroll via photopin cc

Incluso tras la reciente matanza de 20 niños en la escuela de Connecticut, buena parte de la población se opone a los mínimos controles del plan Obama: restricción de acceso a las armas más letales, comprobación de antecedentes, aumento de la protección policial en escuelas, investigación y atención a enfermedades mentales.  Es más, el 73% de los estadounidenses se mostraba a finales de 2011 –según una encuesta de Gallup–  en contra de que se prohibiera la tenencia  de armas, que está blindada por la Segunda Enmienda.

«A well regulated Militia, being necessary to the security of a free State, the right of the people to keep and bear Arms, shall not be infringed.»

A continuación trato de desmontar los cuatro principales argumentos de los defensores del derecho de posesión de armas:

Las armas sirven para defenderse de asaltantes.
Solo parece cierto. Para empezar, es más habitual que se usen para atacar o que se disparen por error. Según estadísticas del FBI citadas en una investigación de la oenegé brasileña Viva Río, “por cada éxito en el uso defensivo de armas de fuego en homicidio justificable, hay 185 muertes con armas de fuego en homicidios, suicidios o accidentes”. Además, la mayoría de crímenes no son cometidos por asaltantes extraños, sino por conocidos o familiares a raíz de discusiones o peleas.

En cualquier caso, el arma aumenta la seguridad de quien la tiene.
Falso. Una investigación de la Universidad de California lo desmintió en 2003 al afirmar que  las personas que poseen armas tienen dos veces más posibilidades de morir por impacto de bala –16 veces más si es por suicidios– que las desarmadas. La relación entre seguridad y tenencia de armas de fuego es inversamente proporcional.

Los cuchillos y los coches también matan y no se prohíben.
Es cierto. Pero las navajas o los automóviles tienen otros usos inofensivos e, incluso cuando se usan para matar, son menos efectivas y letales que las armas de fuego, diseñadas para quitar la vida. Además, los cuchillos hieren más de lo que matan, al contrario que las pistolas o los fusiles. En 2004 el Instituto Universitario de Estudios Internacionales de Ginebra publicó un análisis sobre la letalidad de las armas en EEUU durante 1992 con resultados reveladores: murieron 10 veces más personas por disparos que de ataques con objetos cortantes y por cada superviviente con herida de bala se salvaron 23 acuchillados.

Los crímenes son culpa de las personas, no de las armas.
En efecto, las armas no son la “causa”, pero sí el instrumento. Del mismo modo que se considera una medida efectiva la eliminación del mosquito de la malaria para prevenir la enfermedad –aunque no tiene culpa ya que solo es el transmisor–; la disminución de las armas o, al menos, la implantación de controles más estrictos, reduciría la cantidad de homicidios.

Para casi cada argumento a favor de la libre posesión de pistolas y fusiles hay uno que lo desmiente. La moraleja es que protegerse con armas es menos seguro que protegerse de las armas. A pesar de todo, Obama lo tiene más fácil para reducir el consumo de hamburguesas que el de balas.