La minoría musulmana vive aterrorizada tras un año de enfrentamientos con radicales budistas
Human Rights Watch acusa a las autoridades birmanas de participar en una “campaña de limpieza étnica” contra los musulmanes

El país de la eterna sonrisa. Myanmar –o Birmania– es conocido entre los viajeros por la alegría y la candidez de sus habitantes. Sin embargo, en las zonas afectadas por la violencia interreligiosa, los forasteros son recibidos hoy con miradas frías.

Myanmar es el país más grande y más pobre del sudeste asiático continental. Durante medio siglo de dictadura, sus abundantes recursos naturales han enriquecido a unos pocos. Esa élite necesita ahora desarrollar la economía birmana para seguir engordando sus arcas y para conseguirlo se ha inventado una transición política. En primer lugar porque le hace falta el apoyo de occidente que, a cambio de asesoramiento, ayuda e inversión, le reclama reformas democráticas, respeto a los derechos humanos y pacificación de los conflictos. Así lo expresaron el presidente francés François Hollande y el primer ministro británico David Cameron durante la última gira europea del presidente birmano Thein Sein. En segundo lugar porque quiere reducir su dependencia de China. El gigante asiático es el mayor inversor de Myanmar. Posee el 80% de los derechos de explotación del petróleo y del gas e inauguró en julio un gaseoducto que atraviesa el país.

A nivel social, la mayoría birmana y budista controla todos los aspectos de la vida y margina a las minorías étnicas y religiosas con las que mantiene diversos conflictos. La violencia es el principal escollo en la estrategia del nuevo gobierno civil de Thein Sein, aunque haya insistido en restarle importancia. «Algunas organizaciones (…) están diciendo que la discriminación religiosa y racial es grave. Deben ser conscientes de que tales invenciones complicarán aún más la situación», advertía en un comunicado a finales de julio.

Tin Win Soe Soe, musulmán, entre las ruinas de su barrio arrasado en marzo de 2013 por una horda de radicales budistas. Meiktila, Myanmar.
Tin Win Soe Soe, musulmán, posa entre las ruinas de su barrio de Meiktila (Myanmar) arrasado en marzo de 2013 por una horda de radicales budistas. Foto: MARC ESPÍN

No obstante, en el último año los ataques de radicales budistas contra la minoría musulmana se han extendido por todo el país ante el inmovilismo del gobierno. El terror ha ensombrecido el aire de Myanmar y ha borrado las sonrisas de muchos birmanos. El último repunte de violencia fue hace solo dos semanas en la población de Kanbalu, al norte del país. No hubo víctimas, como en Meiktila, donde cerca de medio centenar de personas perdieron la vida en marzo en la mayor masacre…

Texto completo publicado en La Marea con el título: «La violencia interreligiosa desacredita la transición en Birmania«