Pagarse el curso en vacaciones
Miles de estudiantes se lanzan al precario mercado laboral estival por la necesidad de costearse los estudios
El paro en sus familias, el aumento de tasas y los recortes en becas fuerzan a los jóvenes a compaginar trabajo y formación
Trabajar en verano siempre ha sido cosa de jóvenes: para pagarse sus gastos, para entrar en contacto con la vida real, para ayudar en casa, para probar a qué sabe cierta independencia económica… Pero, desde que estalló la crisis, para muchos jóvenes trabajar (ya sea en verano o durante todo el año) es una obligación, una cuestión vital: los estudios (el futuro, por tanto) dependen de ello. Como si en España fuera tan fácil… En verano, eso sí, lo es un poco más. Bien lo sabe Míriam Gou (23 años, estudiante de 4º de Periodismo en la UAB): ha trabajado todos los veranos desde los 16 años como canguro, como dependienta o dando clases de repaso. Primero fue por lo de la independencia económica. «Pero cuando empecé tercero, mi madre se jubiló por problemas de salud y la empresa de mi padre se resintió con la crisis. Ya no podían ayudarme, así que tuve que ponerme las pilas para hacerme cargo de mis gastos», cuenta. El más importante: la carrera.
El estallido de la crisis en el 2008, que ha dejado a unos dos millones de familias con todos sus miembros en paro, es una de las causas que explican que se hayan duplicado los estudiantes entre 15 y 29 años que o trabajan o están buscando empleo, en blanco, en negro, en precario, como sea en un país con una tasa de paro juvenil que supera el 55%. Son los sí-sí, los jóvenes que estudian y trabajan. Según Carles Feixa, antropólogo social especializado en el estudio de las culturas juveniles, «educación y empleo ya no son fases separadas, sino que se yuxtaponen a lo largo de la vida, rompiendo el modelo tradicional en el que primero se hacía una cosa y luego la otra». En el caso de los universitarios, otros dos motivos contribuyen a que muchos se vean forzados a trabajar y estudiar al mismo tiempo: el aumento del precio de las matrículas –el coste de un grado en una universidad pública catalana es el doble de caro que la media española y el sexto más costoso de Europa– y el endurecimiento de los requisitos académicos en la concesión de becas, que en el curso 2013-2014 han sufrido, además, un recorte medio por beneficiario de casi 300 euros. En este contexto, según Manuel Fernández, vicedecano del Col·legi d’Advocats de Mataró y especialista en Derecho Laboral, trabajar en verano, cuando «la mayoría de empleos son temporales, precarios e irregulares» es un paliativo: muchos necesitan trabajar todo el año para estudiar.
Circulo vicioso
Es el caso de los estudiantes cuyas familias tienen una situación económica frágil. Eso les resta tiempo de dedicación a la universidad. Consecuencia: o bien no se matriculan de todas las asignaturas o bien es probable que suspendan alguna. Esto les puede costar la beca –se exige aprobar entre el 65% y el 100% de los créditos, en función de las titulaciones–, lo que les fuerza a invertir más tiempo en trabajar, en una espiral perversa. Es el caso de Míriam, que perdió la beca de este año por suspender una asignatura, aunque le llega con lo que gana en sus dos empleos, un bar de copas y un departamento de comunicación de una cadena de restaurantes. Para Alejandra Valbuena (24 años, 2º de Políticas en la UB), las cosas son más complicadas. «Suspendí una asignatura en primero porque no tenía dinero para la T-Jove y no podía ir a todas las clases, así que me denegaron la beca en segundo», explica. La imposibilidad de encontrar empleo en Barcelona la forzó a trabajar con su madre en un taller mecánico para pagar la matrícula de este curso.
«Ir a la universidad implica un coste alto, incluso con la matrícula gratis. Por eso es bueno que los estudiantes puedan trabajar dos, tres o cuatro horas al día», sostiene Sergi Jiménez, profesor de la UPF especialista en Economía laboral. Jiménez considera que el modelo empleo+estudio funciona bien en países como Alemania, EEUU u Holanda. El problema, afirma, es «trabajar muchas horas porque los jóvenes dejan de prestar tanta atención al estudio». Por eso, Míriam, que durante el primer cuatrimestre de este curso estuvo trabajando a jornada completa, pidió una reducción a 20 horas. «En algunos momentos llegué a tener ataques de histeria porque no llegaba a todo», recuerda. «Dormía cuatro horas y empezó a afectarme a la salud, física y, sobre todo, mentalmente».
Sistema mal diseñado
La conciliación de la vida laboral con la universitaria en España no funciona. «Hemos vivido la ilusión de que era posible una educación superior democrática,
pero es mentira. Si eres pobre, estudiar es muy complicado», afirma el antropólogo Manuel Delgado. El Plan Bolonia establece la evaluación continua, que obliga a los estudiantes a asistir a clase y a realizar multitud de trabajos. En lo laboral, Jiménez dice que «no existe un plan para fomentar el trabajo parcial y complementario con los estudios». Así que la flexibilidad queda en manos del empresario. Los jefes de Míriam le dan días y noches libres en época de exámenes. Tiene suerte, tal vez por eso ve tantas ventajas en compatibilizar empleo y universidad: «Aprendes a valorar tu carrera porque te la pagas, gestionas mejor el tiempo, ganas experiencia y maduras». A la fuerza ahorcan.
Texto publicado en la versión impresa de El Periódico de Catalunya el 29 de junio de 2014
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