Mientras la información sea un negocio, estará lejos de comportarse como el servicio social que debería ser

Hace un par de meses tuve la oportunidad de entrevistar a Javier Bauluz, director de Periodismohumano. Abrí la entrevista con una pregunta que consideraba retórica: “¿Está enfermo el periodismo?”. Respondió que no, que las profesiones no se enferman. “Los enfermos somos los periodistas o los empresarios para los que trabajamos”, sentenció. En un primer momento me pareció que era un tipo de aquellos remilgados que le dan la vuelta a las palabras solo para llevarte la contraria. Más tarde entendí que en la respuesta de Bauluz está la clave para comprender por qué los que saben dicen que el periodismo está en crisis.

No se trata de entes abstractos, sino de personas que se relacionan entre sí cargadas de creencias, fobias e intereses. Sé que parece obvio, pero para mí fue un gran descubrimiento. Desde entonces me imagino esa interrelación personal como un triste sándwich de mortadela. El sucedáneo de embutido sería el periodista, que está atrapado entre dos rebanadas de pan: la rebanada de arriba sería la de los poderosos (propietarios de los medios, anunciantes y políticos: manipuladores al fin) y la de abajo la de los que se sirven de estos medios para saber del mundo.A partir de este curioso esquema, queda claro que la solución a la crisis del periodismo pasa por cambiar al periodista, pero también a las personas que influyen en su trabajo. Veamos. El propietario del medio no permitirá que se publique ninguna información perjudicial para el dueño del Corte Inglés —por poner un ejemplo concreto—, que es quien le paga las vacaciones; ni tampoco querrá molestar al amigo político que, con subvenciones y leyes a medida, contribuye a aumentar sus ingresos. Para devolver los favores o garantizar los beneficios, el propietario del medio contratará a periodistas inexpertos o de dudosa moral que se presten a hacer publireportajes y propaganda política, y al resto los controlará silenciando o disimulando sus informaciones mediante la posición, el espacio o el tiempo que les otorga en el medio. En referencia al “periodista bondadoso”, Kapuscinski dice en Los cínicos no sirven para este oficio, que su libertad “está limitada por los intereses de la cabecera para la que trabaja”.[1] Sin embargo, Gabilondo entiende que el profesional no está exento de responsabilidad: “El problema es que el periodista ha pasado de creerse un liberado de la sociedad para vigilar al poder, a creerse un liberado del poder para vigilar a la sociedad”.[2]

De todo habrá, pero la lógica económica de los grandes medios de comunicación es sin duda una mala influencia. Ya quedó atrás el tiempo en el que la prensa estaba dirigida por periodistas que trataban de encontrar un equilibrio entre la obtención de beneficios y la responsabilidad social. Maruja Torres cree que ese largo desvío empieza concretamente a finales de los 80, cuando llegó el “primer gilipollas que seguramente venía de la prensa económica y dijo: «A la gente no le gusta leer»”.[3] Desde entonces se ha impuesto la máxima de que el fin sirve para justificar los medios —y a los medios—, gracias a la cual los propietarios han podido alterar las bases del periodismo y traspasar esas “barreras defensivas” que el periodista ha descuidado, como lamenta Gabilondo en su libro El fin de una época.[4]

Varios son los aspectos que evidencian el deterioro de la calidad de la información. En la universidad ya nos han avisado de que las rutinas laborales someten a un intenso estrés al periodista porque “hay que hacer muchas cosas en muy poco tiempo”.[5] La obsesión por la actualidad ha terminado con “otro de los fundamentos teóricos del periodismo: el que dice que lo más importante no es siempre dar la noticia el primero, sino darla mejor”, avisa David Casablancas en el dossier titulado Alterperiodismo.[6] Carmen Martín Gaite va más allá: “El único intríngulis de la noticia se reduce a darla antes de que otro la dé, y si es posible, pagando lo que sea, a impedir que otro la dé”.[7]

Además, se ha generalizado el uso de fuentes de información interesadas (gabinetes y ruedas de prensa) o proveniente de agencias de noticias, lo cual solo sirve para fulminar la diversidad, homogeneizando el contenido de los mass media, que hoy parecen cromos repetidos. Los periodistas, dice Gabilondo, ya no tienen que salir a buscar la información “porque casi siempre viene dada por los gabinetes de prensa. La profesión se ha alejado de la realidad de las personas de una manera extraordinaria”.[8]

Otro de los aspectos más perjudiciales para la profesión ha sido el descubrimiento de lo que Kapuscinski denomina “información-espectáculo” y que define así: “Cuanto más espectacular es la información, más dinero podemos ganar con ella”. Y añade: “La información se ha separado de la cultura”.[9]

El problema de publicar contenidos banales —volviendo al símil del sándwich— es que los ciudadanos, representados como la rebanada de abajo, sufren graves deformaciones por la carga que soportan. Luna Bolivar, corresponsal en Europa de Periodismohumano, conserva la fe: “La gente no pide basura, sino que se la sirven”.[10] Martín Gaite también ve al ciudadano como una víctima: “Frente a la avalancha vertiginosa de noticias con que le bombardean los medios de comunicación actuales, el individuo ha ido perdiendo su capacidad de participación, de referencia y de discernimiento”.[11] Pero Gabilondo vuelve a poner los puntos sobre las ies al negar que el público tenga siempre la razón[12] y desmonta así la defensa de los medios de que ellos solo dan lo que la gente pide.

La información es algo más que una mercancía. Por eso el periodista, aunque se encuentre emparedado, debe intentar resistir la presión. Hay periodistas que no lo intentan, bien porque han encontrado el cobijo de la fama o del dinero (estos son los menos, pero los más influyentes), bien porque tienen miedo a perder un sueldo precario que les reporta una falsa estabilidad. Pero me interesan los que sí tienen remedio, los que tienen voluntad y vocación, los valientes.

A ellos creo que se dirige Albert Chillón cuando dice que el periodismo hay que concebirlo “como una profesión intelectual cuya esencia interpretativa hace inevitable la integración dialéctica de la cultura y la capacidad de discernimiento crítico, por un lado, y de las habilidades expresivas y técnicas por otro”.[13]

Efectivamente, estos son los dos pilares esenciales que se deducen de lo expuesto hasta ahora. Por un lado el periodista debe ser riguroso, tener una actitud responsable y renunciar a enriquecerse, pues como dice Kapuscinski, para eso hay otras profesiones. En ésta lo importante son las personas porque son “la fuente principal de nuestro conocimiento periodístico”[14] y porque a ellas nos dirigimos. En ese sentido el periodista tiene que ser bondadoso, tener empatía, inspirar confianza y aprender a escuchar porque “la atención solo se fomenta mediante la atención”, dice Gaite.[15]

Por otro lado el periodista deberá cosechar un estilo propio y desarrollar, según Chillón, una escritura periodística que en la “búsqueda de la calidad y de la excelencia comunicativas, posterga tanto el ornamento vano cuanto la anemia expresiva en beneficio de una representación elocuente de la realidad, es decir: precisa e inteligible, desde luego, pero también expresiva y responsable”.[16]

A modo de conclusión quiero citar las tres áreas en las que, según Carlos Zéller, el periodista debe mejorar para que su trabajo pueda ser entendido como bien público: pelear por conseguir una mayor independencia para decidir qué es una información relevante, ser capaz de analizar y presentar la información en toda su complejidad y adecuadamente contextualizada, y dar voz a los distintos grupos sociales.[17]

La reforma del periodismo es un tema urgente porque está en juego la salud mental de la nación. Así que, aunque la mayoría de la ciudadanía crea que el sándwich de mortadela está sabroso, es evidente que una dieta solo a base de emparedados ni alimenta ni contribuye a la reproducción social, más bien contamina y anestesia.

__ Este texto es un trabajo para la asignatura Teoría y Técnica de los Géneros Periodísticos de 1º de Periodismo (UAB) que responde al siguiente enunciado.
 
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[1]Kapuscinski, R. (2003): Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo. Anagrama, Barcelona, p. 56.

[2] Gabilondo, I. (2001): El fin de una época. Sobre el oficio de contar las cosas. Barril Barral, Barcelona, p. 27

[3] Maruja Torres en la conferencia que dio en el 14 Encuentro Internacional de Fotoperiodismo Ciudad de Gijón (15 de julio de 2010). < http://www.fotoyperiodismogijon.com/tag/maruja-torres/>

[4] Gabilondo, I. (2001): El fin de una época. Sobre el oficio de contar las cosas. Barril Barral, Barcelona, p. 44.

[5] Gemma Casamajó en las clases de Teoría y Técnica de los Géneros Periodísticos. Primero del Grado en Periodismo en la UAB (2011).

[6] Casabalncas, D. (2005): Alterperiodismo. Los medios de comunicación y las causas solidarias. Dossiers para entender el mundo de Intermón Oxfam, Barcelona, p. 26.

[7] Martín Gaite, C. (1988): El cuento de nunca acabar. Anagrama, Barcelona, p. 159.

[8] Gabilondo, I. (2001): El fin de una época. Sobre el oficio de contar las cosas. Barril Barral, Barcelona, p. 93.

[9] Kapuscinski, R. (2003): Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo. Anagrama, Barcelona, p. 36.

[10] Extraído del video de presentación de los corresponsales de Periodismohumano (11 de junio de 2011). <http://periodismohumano.com/el-equipo>

[11] Martín Gaite, C. (1988): El cuento de nunca acabar. Anagrama, Barcelona, p. 156.

[12] Gabilondo, I. (2001): El fin de una época. Sobre el oficio de contar las cosas. Barril Barral, Barcelona, p. 39.

[13] Chillón, A. (1998): El “giro lingüístico” y su incidencia en el estudio de la comunicación periodística. Análisis 22, p.66

[14] Kapuscinski, R. (2003): Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo. Anagrama, Barcelona, p. 37

[15] Martín Gaite, C. (1988): El cuento de nunca acabar. Anagrama, Barcelona, p. 113.

[16] Chillón, A. (1998): El “giro lingüístico” y su incidencia en el estudio de la comunicación periodística. Análisis 22, p. 98.

[17] Zéller, C. (2001): Los medios y la formación de la voz en una sociedad democrática. Análisis 26, p. 140.

Ilustraciones de J.R. Mora y Forges tomadas de Google Images.