20160104_125806_Fotor_FotorThomas Piketty se pregunta en la introducción de El capital en el siglo XXI si el capitalismo conduce inexorablemente a la desigualdad, como señaló Marx en el siglo XIX, o si por el contrario la reduce en las fases avanzadas de desarrollo, como dijo Kuznets en el siglo XX. Esta es la cuestión de la que parte el economista francés en una investigación que analiza la evolución de la distribución de los ingresos y de la riqueza desde el siglo XVIII hasta nuestros días (Piketty, 2014a: p. 15).

El resultado del estudio da para casi 700 páginas (en la edición española), que se podrían resumir, haciendo un ejercicio de simplificación extrema, en las siguientes cinco líneas: el capitalismo produce desigualdades cuando la tasa de rendimiento del capital se mantiene por encima de la tasa de incremento de la producción y del ingreso. Así ha sido durante todo el siglo XIX y parte del XX. ¿Ocurrirá lo mismo en el siglo XXI? Según Piketty (2014: p. 15), no tiene por qué. El capitalismo se puede (y se debe) regular sin necesidad de caer en el proteccionismo ni en el nacionalismo.

De entre sus ideas, la que más interés ha captado es la de que la desigualdad aumenta cuando r > g, donde r es la tasa media de retorno del capital y g la tasa de crecimiento de la economía en su conjunto. La historia demuestra que esta es una dinámica natural en las economías de mercado cuando se las deja funcionar libremente. Tras analizar tres decenas de países entre 1700 y 2012, Piketty concluye que, mientras la producción creció 1,6% de media por año, el rendimiento de capital fue del 4-5% anual (Guardia B., 2014: p. 22). Como consecuencia de este diferencial, la participación del capital en la producción total tiende a crecer y, a largo plazo, la riqueza se concentra en cada vez menos personas. Así es como funciona el capitalismo (Natanson, 2014: p. 24).

Sin embargo, pese a la evidencia, hasta hace poco gran parte de los economistas evitaban entrar en el debate de la distribución y si lo hacían no se centraban en la rápida acumulación de ingresos de los superricos o “el uno por ciento” del que habla Piketty. Para ilustrar la aversión de la academia respecto de la desigualdad, Krugman parafrasea a Robert Lucas Jr., uno de los más influyentes especialistas en macroeconomía, quien en 2004 dijo: “De todas las tendencias perjudiciales para la economía sana, la más seductora, y en mi opinión la más venenosa, es centrarse en cuestiones de distribución” (Krugman, 2014: p. 11).

Las resistencias de algunos investigadores no han conseguido, no obstante, evitar que Piketty señale al uno por ciento de las personas más ricas como las principales beneficiadas de este aumento sistémico de la desigualdad. Siempre que r > g, la riqueza de las familias adineradas aumentará más rápidamente que el ingreso de los trabajadores. Veamos algunos datos que dan cuenta de las implicaciones que tiene esta afirmación. Actualmente, el uno por ciento privilegiado de la población de EEUU posee el 35% de todo el capital, mientras la mitad más pobre no tiene más del 5% de la riqueza total. La distribución de las rentas del trabajo está mucho menos concentrada, no obstante, mientras el uno por ciento acumula el 12% de los ingresos laborales totales, la mitad inferior de la población capta el 25% de las rentas. No está mal. En Europa, pese a ser bastante más igualitaria, se aprecian las mismas tendencias (Solow, 2014: p. 17).

Si bien las rentas del capital en EEUU representan 1/3 del aumento de la desigualdad, Krugman (2014: p 12-13) señala que el incremento salarial del uno por ciento más afortunado también se ha disparado respecto del resto de trabajadores, que no han visto cambios sustanciales en sus sueldos desde los años 70. Es una característica distintiva de EEUU que, sin embargo, es clave para entender todas las dinámicas que alimentan la desigualdad.

En defensa de las ideas de Sherwin Rosen (1981), autor de “The Economics of Superstars”, varios economistas sostienen actualmente que el incremento de las rentas del trabajo entre la minoría privilegiada (los “superdirectores”, dice Piketty) se explica por la revolución tecnológica, que ha creado un mercado en el que se premia extraordinariamente a los mejores empleados, aunque sus cualidades difieran solo un poco del resto. Sin embargo, Piketty asegura que la fijación de supersalarios no depende tanto del mérito profesional de los altos ejecutivos como de otras fuerzas políticas y sociales que los incentivan por acción u omisión (Piketty, 2014b: p. 31; Krugman, 2014: p. 13; Guardia B., 2014: p. 22).

De hecho, la remuneración de los ejecutivos mejor pagados se decide en los órganos superiores de las empresas, que están controlados por otros ejecutivos que también se benefician de salarios estratosféricos, cuando no por ellos mismos. Además, los supersalarios no deberían interpretarse como rentas del trabajo, sino como una participación en el retorno del capital (Piketty, 2014b: p. 31; Guardia B., 2014: p. 22; Solow, 2014: p. 17). Hay que recordar, en todo caso, que esto ocurre principalmente en EEUU. Por ello, Solow (2014: p. 17) se pregunta irónicamente si es posible que los altos ejecutivos de su país tengan un gen que no existe en Alemania, Japón o Francia.

No, definitivamente, el mérito no determina los elevadísimos salarios. Piketty asegura que al comparar empresas que pagan 10 millones de dólares a sus altos cargos con otras que pagan diez veces menos, no se aprecian diferencias excepcionales en su desempeño (Guardia B., 2014: p. 22). Tampoco aprecia el economista francés que las habilidades de los superdirectores estén a años luz de las de otros empleados de rango inferior (Piketty, 2014b: p. 31).

Krugman no está de acuerdo y ve falta de rigor en esta apreciación de Piketty. El economista estadounidense argumenta que los gestores de fondos de inversión sí merecen lo que ganan: “Se les paga sobre la base de su capacidad para atraer clientes y lograr el rendimiento de las inversiones” (Krugman, 2014: p. 13). Y aunque reconoce que el valor social de su trabajo es cuestionable, no va más allá, como si esta afirmación no tuviera mayor importancia, cuando en realidad es la clave que cuestiona su propio argumento.

De hecho, el dudoso valor social del sistema financiero moderno refuerza la tesis de Piketty sobre lo abusivo de las remuneraciones. Las finanzas se han alejado de su función original, esto es, canalizar el ahorro a la economía productiva, para pasar a generar capital mediante inversiones especulativas y gracias a una fiscalidad favorable. Con esas condiciones, el viejo argumento de que “tanto genero, tanto gano” se demuestra falaz, ya que no contempla externalidades como la explotación laboral, la contaminación del medioambiente o el expolio de recursos, entre otras.

Pero incluso sin cuestionar las implicaciones de una determinada actividad económica, ¿hay profesionales tan extraordinarios como para cobrar sueldos centenares de veces más elevados que el salario medio? Este debate lo abrieron en Suiza las juventudes del partido socialdemócrata, que pedían limitar el tenedor salarial a una proporción de 1-12. A finales de 2013 se celebró un referéndum en el que los suizos rechazaron la limitación salarial. La idea de poner un tope salarial la formuló en 2014 el presidente ecuatoriano Rafael Correa y más recientemente Izquierda Unida y Podemos en España.

Con el actual sistema impositivo en unas décadas los altos ejecutivos que se benefician de contratos onerosos donarán sus “merecidas” ganancias a sus herederos, creando una nueva generación de rentistas superricos que seguirá amenazando la igualdad de oportunidades (Krugman 2014: p 13). De hecho, el 60% de los millonarios de EEUU y Reino Unido lo son porque han heredado su fortuna (Guardia B., 2014: p. 22).

Pero volvamos a la idea principal del libro. Decíamos al principio del artículo que, haciendo un ejercicio de simplificación extrema, se podría afirmar que la tesis de Piketty es que la desigualdad de la riqueza aumenta porque el rendimiento del capital r excede el crecimiento de la economía g. Pero según el economista francés la diferencia entre r y g es solo una de las fuerzas que explican la evolución de la desigualdad. Es importante para entender por qué fue tan extrema antes de la Primera Guerra Mundial, pero por sí sola no es capaz de explicar ni la creciente desigualdad en los ingresos del trabajo ni los cambios del siglo XX ni las predicciones para el XXI.

De hecho, la excepcional reducción de la desigualdad que ocurrió durante la primera mitad del siglo XX merece una explicación aparte. Desde 1700 hasta poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, en Francia y Gran Bretaña el capital nacional era aproximadamente siete veces el ingreso nacional, para caer hasta los dos-tres puntos en el periodo de entreguerras. En EEUU, la relación entre capital e ingreso también cayó después de 1910, salvo por un pico histórico en 1930, tras el estallido de la crisis (Solow, 2014: p. 16). En Europa se dio una “irrepetible” conjunción de factores que configuraron tres o cuatro décadas de retroceso de la desigualdad: las altas tasas de crecimiento económico y demográfico, la enorme destrucción de riqueza provocada por las dos guerras mundiales y el Crac del 29, las inversiones de tipo keynesiano y las políticas redistributivas que buscaban alejar el fantasma del comunismo del centro del viejo continente (Hoyos, 2014: p. 19; 8/: p. 25).

Estas políticas dieron lugar a un retroceso sustancial de la desigualdad en Europa y EEUU hasta los años 70-80. Los ingresos de las familias norteamericanas crecían más o menos al mismo ritmo que la economía. Después de 1980, el Estado de bienestar se redujo considerablemente, así como la carga fiscal a las rentas del capital y a la herencia, y la mitad más rica de la sociedad empezó a ingresar más que la mitad más pobre. Como consecuencia, EEUU es hoy uno de los países avanzados más desiguales (Krugman, 2014: p. 12, 23). “En ocasiones parece como si una parte sustancial de la clase política estadunidense estuviera trabajando activamente para restaurar el capitalismo patrimonial del que habla Piketty”, reflexiona Krugman (2014: p. 23).

Gracias al estudio de la historia, Piketty demuestra que la distribución de la riqueza no tiende al equilibrio en una economía de mercado, sino todo lo contrario (Hoyos, 2014: p. 19; Guardia B., 2014: p 22). El desequilibrio debe corregirse con políticas redistributivas. En este caso, la mejor opción para atacar la desigualdad provocada por r > g es reducir r, que es lo que haría un impuesto al capital (Milanovic, 2014: p. 532). En El capital en el siglo XXI, el economista francés propone un impuesto progresivo global (una utopía para el propio Piketty) o regional, del 1% sobre las fortunas de entre uno y cinco millones de euros y del 2% por encima de esta cifra. El ingreso de este impuesto en la UE generaría un 2% del PIB anual. Sin embargo, mas importante que la recaudación es la disminución del diferencial entre la tasa de rendimiento y la de crecimiento en 1,5%, lo que reduciría el retorno neto del capital pudiendo llegar incluso a desincentivar la acumulación de fortunas (Solow, 2014: p. 25).

Algunos economistas (Milanovic, 2014) tildan las medidas fiscales del libro de utópicas, y no solo en referencia al impuesto global, que el propio Piketty reconoce que de momento es inviable, sino también por lo que respecta a un impuesto regional, ya que existe un riesgo importante de fuga de capitales incluso si se trata de un país grande como EEUU. La colaboración internacional es, por tanto, indispensable. Otros economistas (Hoyos, 2014) aplauden las propuestas de Piketty (que quiere gravar no solo la riqueza, sino también los ingresos y las ganancias), y ponen el foco de las críticas en quienes sostienen que el libre mercado garantiza el equilibrio en la redistribución de la riqueza. Hoyos (Hoyos, 2014: p. 19) se pregunta si esa idea no es más que una construcción intelectual interesada defendida por la ortodoxia, un tema que El capital en el siglo XXI no aborda.

Sin embargo, Piketty (2014a: p. 645-647) nos deja otras reflexiones valiosas. Reivindica, de acuerdo con otros economistas (Tugores, 2010: p. 104-105), que la economía es una ciencia eminentemente social y critica el abuso de los modelos matemáticos que, con frecuencia, esconden especulaciones que no responden a las necesidades de la mayoría de las personas. De ahí que su estudio se base en la observación de la historia y se centre en la desigualdad. Con un éxito prácticamente indiscutido, el libro contribuye a desvelar que tras el aumento de la desigualdad y su desaparición de los debates públicos están los intereses de las minorías privilegiadas. Ahora que conocemos el problema, es hora de exigir a nuestros políticos que apliquen las soluciones.

Si como dijo José Luis Sampedro es cierto que hay dos tipos de economistas, los que trabajan para hacer más ricos a los ricos y los que trabajan para hacer menos pobres a los pobres, Piketty, con su trabajo, se ha ganado la pertenencia al segundo tipo de economistas.

REFERENCIAS

Guardia B., Alexis (2014): “Piketty y su contribución a la justicia tributaria”. En La Gazeta, nº 523, p. 22-23.

Hoyos, Andrés (2014): “Piketty o el cambio de paradigma”. En La Gazeta, nº 523, p. 18-19.

Krugman, Paul (2014): “Por qué estamos en una nueva edad dorada”. En La Gazeta, nº 523, p. 11-13.

Milanovic, Branko (2014): “The return os ‘Patrimonial Capitalism’. Review of Thomas Piketty’s Capital in the 21st Century”. En Journal of Economic Literature, nº 52 (2), p. 519-534.

Natanson, José (2014): “La excepción latinoamericana”. En La Gazeta, nº 523, p. 24-25.

Piketty, Thomas (2014a): El Capital del Siglo XXI. Madrid: Fondo de cultura económica.

Piketty, Thomas (2014b): “Salvar el capitalismo de los capitalistas al gravar la riqueza”. En La Gazeta, nº 523, p. 30-31.

Piketty, Thomas (2015): “Putting Distribution Back at the Center of Economics: Reflections on Capital in the Twenty-First Century”. En Journal of Economic Perspectives, Vol. 9, nº 1, p. 67-88.

Rodrik, Dani (2014): “Piketty y el espíritu de la época”. En La Gazeta, nº 523, p. 14.

Rosen, Sherwin (1981): “The Economics of Superstars”. En The American Economic Review, Vol. 71, Nº 5, p. 845-858. En línea: http://home.uchicago.edu/~vlima/courses/econ201/Superstars.pdf [Última consulta: 20 de junio de 2015]

Solow, Robert M. (2014): “Thomas Piketty está en lo correcto”. En La Gazeta, nº 523, p. 15-17.

Tugores, Juan (2010): Crisis, lecciones aprendidas… o no. Madrid: Fundación Centro de Estudios Internacionales/Marcial Pons.